Chile INNOVADOR: construyendo una economía del conocimiento*
*[Este articulo-opinion fue publicado en diario La Segunda online el 08/05/2006]
Estas semanas han estado marcadas por el debate -repotenciado por el alto valor alcanzado por la libra de cobre- de cómo logramos acercarnos hacia una verdadera sociedad que sustente su desarrollo en la lógica de la Innovación y Economía del Conocimiento.
Así, no ha sido extraño observar que temas sobre biotecnología, nano-tecnología, ciencia de la salud y ciencia y tecnología se han posicionado en el interés público. Como resultado hemos desarrollado un análisis comparado con experiencias exitosas (Nueva Zelandia, Finlandia y Australia, entre otros) de países que, como Chile, dependieron principalmente de las exportaciones de recursos naturales.
Lo que hay que tratar de entender es cómo esos países lograron rearticular los fundamentos que dan sustento a la INNOVACIÓN y a la Economía del Conocimiento en una estrategia nacional. Para ellos es de abierta comprensión que el mundo se divide en dos grupos de países: los core-innovators y los non-innovators. Del mismo modo, saben que los conceptos de investigación y desarrollo [I+D] son considerados variables que toman lugar en muchos países del mundo. Y, aún más importante, ellos se reconocen pertenecientes al selecto grupo de países que se plantean, discuten y redefinen permanentemente el concepto de Desarrollo y Comercialización de Tecnologías Nuevas para el Mundo, y no el de simple I+D. Finalmente, pero no menos importante, ellos racionalizan transversal y horizontalmente que el tema sobre innovación está encadenado al concepto elaborado y moderno de competitividad y conectividad sectorial.
Así, por un lado, se debe desarrollar un análisis que intente definir un concepto globalizado de innovación; y por el otro, un trabajo que desnude nuestras más críticas debilidades para así ir más allá del consabido problema de nuestra dependencia de la exportación de recursos naturales.
Intentemos, entonces, dar una definición moderna de innovación. Para tales efectos se hace indispensable distinguir entre innovación a secas e innovación tecnológica. La primera, considera la base de partida para los países del grupo selecto de core-innovators, implica por el lado del sector privado la innovación permanente de la oferta, de los procesos productivos, de la estructura organizacional y management del producto y del mercado. Por el lado del gobierno, considera la permanente innovación de las instituciones y de las políticas públicas relacionadas con el objetivo de innovar.
El segundo concepto, innovación tecnológica, nuevo para el mundo, el cual está reservado para aquellos que han resuelto la etapa anterior, exige –por sobre el concepto simple de I+D- el replanteamiento permanente de las fases avanzadas de creación. Así, entonces, incremento de innovación, cambio radical o quiebre innovador también como cambio de sistemas tecnológicos [si son exitosamente desarrollados] son permanente buscados para dar paso a cambios en los paradigmas productivos. Cambios, estos últimos, que en ocasiones ocurren paralelamente en varios sectores de la economía. En resumen, el proceso de innovación tecnológica resultará en un producto nuevo y/o escaso, imperfectamente imitable y libre de ser sustituido en el corto y mediano plazo.
En cuanto a nuestras debilidades existen algunas que pueden, si no son resueltas en un período lógico de tiempo, transformarse en serios lastres. La primera está orientada al sector productivo, y dice que muy poco sabemos sobre como aplicar correcta y eficiente una política nacional de concatenación productiva. Dicho en palabras de la CEPAL, enfrentamos un problema serio de desarrollo de aglomeraciones productivas y de desarrollo local, las cuales [pensando en la demanda internacional] carecen de una desarrollada capacidad asociativa, competitiva, cooperativa, como así también de capacidad para eslabonarse.
La segunda dice relación con nuestro sector educacional universitario y técnico. En este sentido es claro que existe una clara desconexión entre el ambiente de investigadores y académicos con el del sector privado. Al mismo tiempo, como he demostrado en el análisis sobre educación y competitividad, es una realidad que nuestra educación superior no posee la infraestructura mínima para competir internacionalmente.
La tercera, es el hecho innegable que para acceder a una nueva etapa de innovación necesitamos de una sociedad con alta flexibilidad; lo cual implica una alta adaptabilidad a los cambios globales. Así, entonces, esta sociedad, en el corto plazo, debería ser capaz de enfrentar desafíos tales como la creación y utilización de nuevos equipos de capital, el adaptarse a cambios radicales y, sustentada en una fuerza laboral basada en el ‘conocimiento’, enfrentar y promover –si es necesario- la creación de nuevos sectores productivos tecnológicamente avanzados como de nuevas instituciones sociales.
La clave, así, por un lado, pareciera estar en la habilidad e inteligencia que tengamos para conectar nuestra capacidad de productividad local y regional con las demandas globales derivadas de los múltiples acuerdos de libre comercio que hemos firmado. Es decir, de qué manera, como nación inmersa en el mercado global, le damos dinamismo y velocidad a nuestra inserción internacional. Y, por el otro lado, a la necesidad urgente de modernizar nuestro sistema de educación básica, media, técnica y universitaria.
(*)Doctorando en el Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Auckland, New Zealand.
Master of Arts en Economía Política Internacional – Universidad de Tsukuba, Japón
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